Mi hijo siempre fue diferente, lo supe desde que era muy pequeño cuando se entretenía largos momentos jugando legos y después cuando sus compañeros no lo invitaban a sus cumpleaños. Nuca fue de muchos abrazos, ni de amigos. Recuerdo haberlo visto observando de lejos a los otros niños con sus inmensos ojos. A medida que fue creciendo sus intereses fueron muy restringidos, se entretenía con cosas distintas a los otros niños de su edad, prefería armar un circuito eléctrico que jugar a la pelota, jamás lo vi entusiasmado por algún deporte en particular, tal vez, no mostraba muchas habilidades, sin embargo, se esforzaba por destacar y encajar en el grupo, tal vez este tipo de situaciones como padres a veces nos duelen mucho más que a ellos, ya que también uno se aleja de los consejos que muchas personas dan sin saber la situación de fondo o sin que lo pidas. A medida que fue creciendo, lo apoyé en cada una de sus ocurrencias como ir disfrazado al cine, ahí también me comencé a dar cuenta que muchas veces no entendía el porqué de las risas estrepitosas del resto y más de una vez le tuve que explicar los chistes o los refranes. Ahora ya es todo un adolescente. Reconozco que habido momentos muy difíciles, incluso de rebeldía y de respirar profundo ante las incesantes peleas al no tolerar el rebote de la pelota de basquetball dentro de la casa de parte de su otro hermano o, de controlarme yo para calmarlo a él. Sin duda tengo un hijo maravilloso y especial que me ha enseñado a ser mejor persona, que me insta cada día a ser mejor mamá, yo no cambiaría nada de él, tal vez añoro el no haber tenido más herramientas cuando era pequeñito para consolarlo, espero ser la madre que él se merece.
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Maritza, mamá Renato.